mayo 18, 2009

DEL MORROGALLO VENEZOLANO AL GALLO PORTUGUÉS

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El universo de la identidad nacional es tan amplio que para afianzarlo se necesita la voluntad de llevar hacia adelante algunas metas pedagógicas que vayan sembrando en las nuevas generaciones, razón de patria y conciencia de nacionalismo. El técnico en química y hombre de gerencia en administración, don Rafael Salazar, de quien en una oportunidad me ocupé en esta columna, con ocasión del origen de nuestra enseña tricolor, lleva pacientemente, hacia todos los caminos venezolanos una antigua tradición de nuestro oriente, basada en una antiquísima leyenda caribe sobre la vida del cacique Caigua, de la tribu Palenque, pues un ascendiente suyo, el cacique Chanchamire, bañándose un día en el río Unare, recibió en muy extrañas circunstancias una colosal representación.
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Se le apareció un extrañísimo animal de colores muy vivos que al irlo contemplando instante tras instante le parecía una tortuga alada, o más bien, como dice el nativista Alexis Ortiz "un morrocoy con canto y porte altanero de gallo de refriega". Ante aquella sorpresa se alejó del río y se acercó a su poblado, no muy lejano para él, pero a unas tres leguas de donde tiempo más tarde el Gobernador y Capitán General de la Provincia de Nueva Andalucía, don Francisco de Vides, fundar el 7 de abril de 1594 la ciudad de Nuestra Señora de Clarines. Le participó a su mujer, la princesa Orocopei, el acontecimiento y entrambos convocaron a la comunidad para relatar lo de la presencia de aquel extraño animal al que el cacique denominarla "morrocoy volador", pero según la versión del citado Alexis Ortiz, un frayle lo denominó "morrogallo".
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Mas la esencia del asunto estriba en que "donde se posaba el ave fabulosa con su cuerpo de morrocoy y su canto de gallo, nacía un árbol frondoso que, al instante comenzaba a producir frutos de diversos tipos y sabores. La gente de la tribu entendió que el "morrogallo" era un regalo de sus dioses. Sin embargo el gran mensaje del cual es portador siempre don Rafael Salazar está patente en lo que acontecería después. Un guerrero de os mismos súbditos caribes quiso monopolizar tan prodigiosa especie grupo de indígenas avaros; pero este gesto innoble dio por resultado que esos prodigiosos árboles se secasen con una rapidez inenarrable.
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Ante tal eventualidad Chanchamire y su mujer la princesa Orocopei convocaron a los sabios de la tribu, shamanes, curanderos y patriarcas matusalénicos y la idea común fue hacer una peregrinación por todos los caminos de la región e ir predicando la necesidad de comprensión entre todos los seres humanos, el mutuo apoyo para el ejercicio de la dignidad redentora de unos y de otros, la generosidad y el deber del compartir, sin discriminación de ninguna índole, "los bienes de la naturaleza, incluidos, claro está, los frutos dulcísimos y variados del árbol del morrocoy volador". Vinieron después los conquistadores, la guerra fue del blanco contra el indígena, pero es noticia desde entonces que el "morrogallo" canta "en las noches de luna encendida", para tenderle con su sonoridad madrugadora, una alfombra de bondades y de luces a todos aquellos que viven de la amabilidad, del decoro, de la tolerancia y por sobre todo, de la solidaridad.
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Nuestro amigo don Rafael Salazar va por las ciudades, pueblos y villorrios de Venezuela, con mensaje similar y lleva en sus alforjas, para obsequiarlo aquí y allá, un "morrogallo" elaborado artesanalmente por manos laboriosas de heredad antigua, con paraparas y pionías que son en la idiosincrasia autóctona, símbolos indiscutibles de la suerte y de la bienaventuranza y reforzado con cascos de burro negro y una pepa de zamuro, que con esto el "morrogallo" se afianza como amuleto impactante con fuerza protectora y señalamiento de rumbo cierto para quien lo lleva o lo conserva en su hogar, como un símbolo benefactor y como una veta de luz para ponderar los milagros.
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El "morrogallo" de los Caribes que la mano dinámica y el verbo fácil de don Rafael Salazar, pasea y presenta por todos los lugares a donde acude, ha traspasado nuestras fronteras, se le conoce en Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia y no solamente confeccionado con productos vegetales, sino que ya lo han elaborado en metal plateado, dorado o con esmalte de múltiples colores, como un dije que promueve el acercamiento entre los seres humanos de cualquier lugar del universo. A tal punto ha crecido su popularidad que lusitanos de la península ibérica lo han recibido con entusiasmo, lo intercambian y envían a los anfictiones venezolanos, una réplica del "gallo portugués", otro increíble animal que tiene una leyenda de que habiendo tenido lugar un crimen en el pequeño burgo no había ni la menor idea del posible autor. Un día llegó un gallego al cual señalaron como sospechoso. Lo detuvieron , lo interrogaron, pero no le creyeron que se dirigía a Santiago de Compostela a pagar una promesa a la Virgen y a San Pedro. Un tribunal lo sentenció a morir en la horca. Como última gracia pidió que antes de ser conducido a la plaza donde se cumpliría la determinación, lo llevaran hasta la residencia de quien lo había juzgado. Así se hizo y llegó el "reo" al hogar del magistrado en el momento en que éste iniciaba el almuerzo con varios invitados. El pobre hombre declaró su inocencia una vez más y al ver una ave servida en bandeja especial en mitad de la mesa, exclamó: "Tan cierto de que soy inocente es que ese gallo cantará cuando me ahorquen" y señaló el "asado". Todos se rieron y el gallego fue empujado hacia su último destino; habían transcurrido pocos minutos cuando el gallo embandejado se irguió y cantó estrepitosamente. El juez salió disparado hacia la plaza pública y "con espanto vio que la cuerda que rodeaba el cuello de aquel hombre, tenía el nudo flojo, lo cual impedía el estrangulamiento". Fue puesto en libertad y pasados los años regresó a Barcelos e hizo levantar un monumento a la Santísima Virgen y a Santiago Apóstol. Ese "gallo portugués" que ha venido en canje por el "morrogallo" de los caribes que difunde y multiplica con el numen oral don Rafael Salazar, cambia de colores nueve veces al día, según el tiempo, y lo hemos visto ya rojo, azul pálido, gris verdoso, gris perla y así sucesivamente, entrelazando la tradición de allende los mares con la muestra del "morrogallo" visto por vez primera en las riveras del majestuoso Unare, cinco siglos atrás.
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Rafael Ramón Castellanos
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El Globo, Opinión, pág. 19. Caracas, 15 de noviembre de 1997
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