junio 02, 2010

LA MUJER EN LA LITERATURA TRUJILLANA

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Ponencia del doctor Rafael Ramón Castellanos en el “VI Congreso Regional de Mujeres” celebrado en Trujillo entre el 26 y 27 de octubre de 1995.
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Quiero confesar que cuando se tiene un universo de información en la cabeza –sin que la persona esté encalamocada- es mucho el espacio y el tiempo que solicitan los mecanismos mentales para la coordinación de datos y mucho más cuando cada día, lectura tras lectura, se aúnan más ideas con la finalidad de llegar al objetivo, como es esquematizar un libro alrededor de algún tema específico.

Siempre aliento la esperanza de dedicarme a la gestación de un ensayo histórico en donde quede constancia de la vida y la obra de la mujer trujillana en las ciencias, en la educación y en la literatura. Eso me ha apasionado desde hace mucho tiempo, no solamente dentro de los parámetros de la producción intelectual que muchas de ellas, tan integralmente, han servido a otras generaciones, con la autoría de un libro, o en la permanencia en lo docente y en lo tradicional. Me ha apasionado la colaboración esencial que ha quedado diseminada en las páginas de las revistas y de los periódicos regionales debido a la pluma de virtuosas, estéticas y elocuentes periodistas de opinión o columnistas de opinión.

La mujer lírida, la mujer ensayista, la mujer poeta, está allí en nuestros órganos de prensa con corporatura definitiva. Yo que he tenido la oportunidad de hojear, una y otra vez, las colecciones hemerográficas trujillanas, creo en la pedagogía literaria de la mujer de nuestra tierra, la cual se presenta a todas luces, con una fortaleza superior o semejante a los hombres de la región que han incursionado los mismos temas, especialmente en los casos de la narrativa localista y de la poesía según las distintas épocas, influencias, escuelas y derivaciones.

Pero volviendo al comienzo, cuando la persona tiene en mente un proyecto determinado como en el caso mío, la radiografía de las ejecutorias de la feminidad en el Estado, es lamentable que se descuide el compromiso de un obligante hecho amalgamado con la más buena voluntad. Para esbozarlo con acotaciones históricas pensé que una ponencia en este evento en que participamos, sería ideal y fué por ello que acepté la invitación placenteramente, y aunque he asumido la responsabilidad con miramientos muy singulares para quedar bien, y por sobre lo programado en la palabra empeñada es imperdonable la excusa confieso que nada que esa aporte o destino para sustentar el tema traigo hasta esta mesa de expositor. Eso me acontece ahora y me avergüenza, pero no fué por mi voluntad el exabrupto.

Problema de salud surgidos de repente me apartaron un par de semana de la labor creativa, además, una casi obsesión, hermosísima, se interpuso para restarle espacio vital al meollo del tema que había ofrecido tratar, pues entré en una elipse ilímite persiguiendo en viejos documentos de los siglos XVIII y XIX al más altivo, firme, apasionado y talentoso de los antihéroes, y estos factores me alejaron de la obligación contraída. Por cierto que este antihéroe, más rotundo que el Marqués de casa León, fué un trujillano, más aún, santanero, o mejor dicho valleabajero o, casañero, porque Casaña ha sido desde la época colonial, una de las simientes económicas más compactas de la región del viento, el pueblecito mío: Santa Ana de Trujillo.
El nombre del radical ultramontano a que me refiero es José Tadeo Montilla (1772-1824) y su periplo de realista, leal hasta el paroxismo a España y a su Rey, comenzó en Santa Ana a raíz del 9 de octubre de 1810, y lo sostuvo hasta el día de su ausencia final, muy lejos del solar nativo, pero en territorio del Monarca: en Puerto Rico, habiéndose muerto como “Cura propio de los pueblos de Santa Ana y Siquisay, Capellán del 2º Regimiento del Valencey siempre a los pies de S. M. Católica”.

Pero el empeño que me complace apenas someramente cumplir con la solvencia de la palabra empeñada por amor, afecto y cariño, está concatenado, como antes dije, al tema de la mujer trujillana en la literatura, pues este” VI Congreso Regional de Mujeres” es un homenaje a un pequeño pero categórico grupo, que bien puede significar el basamento para desarrollar una exposición medular, y entre las cuales dos de las cuatro son de mi cercanía anímica. Primero Rebeca Hackett que la perdí del mapa de mi geografía espiritual hace muchos años, para no verla nunca más, pero a la cual encontré siempre a través de múltiples coyunturas en donde dio la talla con su paradigma de mujer universitaria inclaudicable y su fe de luchadora social consecuente para líderizar organizaciones defensoras de los derechos tanto de profesores, estudiantes como de otros trabajadores de las universidades del país. La grandeza moral de su padre, Míster Williams, mi profesor de inglés en aquellos los inicios en el Colegio Federal de Trujillo, hace exactamente medio siglo, se perennizó en la tarea fundamental de sus dos vástagos: Rebeca y John.

A Aura Briceño Monreal mi corazón la lleva adentro, por ser dinámica, contumaz, persistente para tratar de lograr hitos ponderables en varias comunidades lo que la ha robustecido para brecha en los imposibles que han querido saturar con miedos, quienes nunca creyeron en la unidad telúrica, histórica, espiritual y humana de los Pueblos Historia, que ya algunos los hemos recorrido llevados por su mano dirigente y mirándolos, uno a uno, a través de la filosofía creadora de ella, quien junto con las fuerzas dinámicas y pensantes va dejando en los caminos la perenne enseñanza de la moral y de la tradición.

Además de su enérgica pedagogía específica en la enseñanza Aura Briceño Monreal, ha sembrado las ideas bolivarianas, las concepciones republicanas y nacionalistas de algunos próceres y de personajes trascendentes de nuestro Estado Trujillo y está recogiendo frutos, entre ellos este que nos congrega hoy para hablar también de una tradición y de un símbolo, pues cuando tuve la primera noticia de este Evento sospeché que ella era una de las fuerzas motoras en el más cabal ajetreo para armar el simposio al leer el Slogan “Feria del reencuentro con la historia”, escrito en el Proyecto del Programa, al lado de los del Núcleo Universitario Rafael Rangel.

Las otras dos son la expresión más reciente del vínculo de la mujer trujillana responsable y comprometida en el desarrollo social con los movimientos circunstanciales que palpitan en los basamentos de las Instituciones que han propiciado y estimulado este evento, la Integración Livista “el Colectivo de literatura, música y cinematografía Simón Bolívar” el ya nombrado “Programa Feria del Reencuentro con la Historia”, y el “Movimiento Méndoza Pueblo Historia del Valle de Momboy” y el Centro de Estudiantes del Núcleo Universitario Rafael Rangel.

Confieso que personalmente a ninguna de las dos tuve la oportunidad y la satisfacción de conocerlas, mas el sólo hecho que sus nombres sean complemento de fuerza laboral para las obras del espíritu es suficiente credencial que honra al citarlas. De Eva Azuaje me han dicho que era la concepción más humana, más recia y más formal de la mujer del pueblo participativa y dad a los mejores ejemplos. Desde su pedacito de suelo que la vió nacer, Flor de Patria, engarzó las diademas de su gestión social al pensamiento bolivariano de la moral y de las luces. La otra, Virginia Barrios, jineteando el pegaso de los sueños aplicó su tesis multiplicadora de rumbos a las estructuras vitales de la cultura trujillana, con una apertura singular del Ateneo de Trujillo hacia unas realizaciones que no dejarán de hacer historia. Por aquí debe andar Antonio Echeverría, inmerso entre su bohemia y sus ilusión tan humana y tan patética, quien una vez me dijo que desde el Ateneo ya se viajaba hasta los cerros de Trujillo con la cultura a cuestas para redistribuirla en los centros aledaños de la difusión colectiva.

Pero vamos al tema. En mayo de este año el Consejo Municipal de Pampán y su distinguido, eficiente y dinámico Alcalde, el licenciado Homero Godoy Sánchez, acordaron celebrar el 15 de abril de cada año el “Día del poeta venezolano”, aduciendo que en tal fecha en una reunión celebrada en Pampán en la sala de redacción del semanario cultural Idilios, dirigido por las dinámicas damas Rosa Arminda y María Cristina Segnini, administrado por el periodista, educador y tipógrafo Fernando S. Segnini, tuvo lugar el escrutinio central que habría de dar el título de Princesa del Parnaso Venezolano, a la poetisa de mayor votación nacional para el evento.

Pues bien este certamen tiene dos vertientes para la historia de la mujer en la literatura trujillana. La primera porque la constancia de las damas periodistas que ya cité, formalizó la idea y cuajó en la gallardía del homenaje nacional en un reconocimiento a la “Princesa del Parnaso Venezolano” que, pasados los años, fue tomado en mucha consideración para crear esos inmensos galardones que han sido Premios Nacionales en Prosa y poesía hoy multiplicados hacia otras disciplinas científicas y estéticas.

La segunda porque era ya en estas mujeres todas de una gran naturaleza creativa, una herencia la majestad de la actividad literaria, pues durante los últimos treinta años del siglo pasado, especialmente entre 1876 y 1887 María Chiquinquirá Dupuy de Enríquez concreta una génesis literaria femenina desde las páginas del prestigioso semanario regional El Trujillano, en donde hace finas traducciones del francés y presenta sus primeras páginas de apreciación lírica para dar a luz pública en 1881 un menudo libro, con el título de Sueños que lamentablemente nos ha sido imposible conseguir, pero deducimos que deberá contener muy buena prosa para haber interesado a Leotine Roncayolo, la francesita que nos dejó sus experiencias de viajera por el sur del lago en su bella obra Recuerdos (París, 1881), y quien le escribiera sobre esos Sueños a su amiguita parisina Regny Duboais. La señora Dupuy de Enríquez sostenía en 1895 una sección de traducciones en el semanario “El Betijoqueño” y allí colaboró con algunos apuntes líricos.

En el mismo lapso de 1876 a 1900 y también con influencia determinante en los promotores del Concurso de elección nacional de la “Princesa del Parnaso Venezolano”, aparecen Sor María de la Concepción Álvarez, Santiaga T. de Manzaneda, Ramona M. Castellanos T. y Juana Carnevalli, quienes engalanan muchas páginas de El Trujillano y de El Progresista, de Boconó. Mas en 1896, en el periódico literario La lira, de esta ciudad de Trujillo, dirigido por el escritor Manuel F. Mendoza, aparecen como colaboradoras principales, conformando una especie de cuerpo de redacción: Eustoquia P. Perozo, Rosa Ángela Galletti, Graciosa Urdaneta y Amelia Castillo.

Y para cerrar con el siglo la laboriosidad intelectual en que participa la mujer trujillana aparece en Valera un vocero de acendrada buena prosa, breve y categórica, El Norte, en donde la mirada se sorprende en la lectura de textos de Mercedes Yusti, Carola Paolini y Bertaligia Olmos y en el mismo año de 1900, circula El Correo de Valera que engalana algunas páginas con colaboraciones de Barbarita A. Cifuentes, quien además presentaba versiones en fina traducción de la literatura francesa.

Consideramos que estos inicios de la mujer trujillana en la literatura son el espaldarazo que la ha estimulado, generación tras generación, para continuar la misión en todo el curso de este siglo que finaliza y que se ha hecho sentir por la influenza aupante del referido concurso de “Princesa del Parnaso Venezolano”, en el cual por cierto en ese año de 1913 los nombres de Pampán y de Trujillo recorrieron todas las esferas de la cultura nacional y de la de los países vecinos, pues no solamente fue la premiación para la poetisa falconiana Polita de Lima del Castillo, sino que se descorrió el velo de una nombradía femenina por cuanto el segundo lugar lo ocupa la tachirense Débora Pérez y los siguientes puestos la larense Rafaela Ramona Torrealba, la guayanesa Concepción de Taylhardat, la coriana Josefa Victoriana Riera, la zuliana Asilóe Espina, la tachirense Olga Capriles, la falconiana Consuelo Salcedo, la aragüeña Alejandrina Vásquez y la anzoatiguense Mercedes de Pérez Freytes y es de hacer énfasis en que la premiación constituyó un notable aporte al reconocimiento de la participación de las poetas en la vida cultural activa del país y a la figuración de nuestra mujer en los campos del desarrollo más fructífero.
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Rafael Ramón Castellanos