junio 09, 2010

LOS AMORES DE UN HOMBRE DESESPERADO

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Quiero indagar en viejos documentos y al azar recojo en los anaqueles donde mantengo todos los libros que forman la colección Rufino Blanco Fombona, un legajo de cartas que nunca había querido leer, pues como cartas de amor al fin me parecían de tinte tan personal y de poca monta para una investigación provechosa. Las conservo desde muchos años atrás, pues el viejo, noble y digno anticuario del Domingo Alfredo Ricci las puso en mis manos el mismo 24 de octubre de 1974 cuando pronuncié, en la mañana de ese día, el discurso de orden en el Panteón Nacional con motivo del traslado de los restos del ilustre escritor a tan sagrado recinto. El donante me hizo incapié en que era un “obsequio para entender el amor de un hombre tan bravo y tan valiente”.

Después de analizarlas comprendo ahora todo un cúmulo de situaciones alrededor de la vida y la obra, la desesperación y el colapso en que actuó y padeció Rufino Blanco Fombona, explicándome algunos misterios que me trastornaban alrededor de su vida privada, especialmente con respecto a las damas desfilan por sus memorias o diarios inconclusos.

Este manojo de cartas que han permanecido en mi biblioteca sin que me hubiese interesado en ellas, me sorprende, pues más que epístolas son, en su mayoría, un diario sediento de amor de la mujer que soñaba con el amado ausente y al cual esperaba, instante tras instante, o aspiraba a encontrarse con él en Europa para formalizar el pacto de la promesa consagrada y definitiva, pero la vida depara tantas sorpresas que jamás podemos calcular los rumbos y el final del camino de cada quien.

Son las cartas de una mujer hermosa, bella y culta a la cual ha dejado sola el prometido porque los avatares de la política y también la aventura, lo echaron de Venezuela a finales de 1910. El es Rufino Blanco Fombona; ella, Carmen Dolores Casanova y Tovar, descendientes de caudillos y de próceres, y cuyo único amor fue este violento, terrible, famoso por su intelecto, por su valentía y por sus desafíos.
Pero quién podría imaginar que ella apenas estaría casada con el gran condotiero dos meses apenas, y que la muerte, por tanto amor metido en su corazón y un desencanto de pesadilla, la encontraría en Madrid cuando aún no había cumplido un cuarto de siglo de vida.

Mas no nos adelantamos tanto, penetremos en las memorias del escritor, especialmente Camino de imperfección, que allí encontramos a Carmen Dolores enamorada ya de él cuando apenas tenía catorce años de edad, y a él, enredado en mil amores y amoríos, con un compromiso formal de matrimonio con esta tenue mariposita de luz y de encanto, el cual tuvo que cumplí para desgracia de ella y por qué no , también de él, pues aquel trágico seis de febrero de 1917 habrá de serle tan duro y tan inhumano, por el suicidio de ella, como todo lo contrario había sido aquel 21 de enero de 1914 cuando escribiera en su diario: “Gran día en mi vida”. Había nacido Rufino, su primer hijo y venía del vientre de Vida Tranquila o la Bella Normanda, o La Divina Welquiria o Margarita Millet, la más grande de todas sus ilusiones.
Pero pobre Carmen Dolores. Llenó su juventud de tantos pensamientos futuristas que no disfrutó casi ni un instante de la felicidad y a él, al “Rufino querido” lo tuvo a su lado, contemplándolo de tiempo en tiempo, pocos meses de 1905, desde mediados de 1906 hasta septiembre de 1909 y luego en la hora del reencuentro fatal, después del matrimonio en diciembre de 1916 tras su llegada a Madrid y a pocos días el golpe fatal: la tristísima y amarga confesión que él le hiciera, lo que originaría el viaje inconmensurable “al no resistir más esta pena de amor”. Pobre Carmen Dolores.

Pero antes de leer este epistolario es necesario repasar las memorias del escritor y encontrarlo en todas partes con la firmeza para cumplir su juramento moral, hecho en Caracas, aunque recorría el mundo enamorado una y otra vez, muchísimas veces, hasta llegar a la verdadera conjunción de su vida en los brazos de Margarita Millet.

Qué dramática decisión la de Carmen Dolores, cuando apenas tenía 25 años de edad, pero con toda una gama de sufrimientos y penurias ofrendados al sacrificio por el único amor de su vida, un aventurero que dio fe de su palabra de compromiso, pero que simplemente lo hizo por tradicional circunstancias de respecto al machismo, y a la hombría y a sus virtudes ancestrales. Ella no merecía que él actuara en esa forma extraña, pues le faltó el valor que le sobraba en complejas dificultades para decirles a la novia que el rumbo de su nave se orientaba hacia otra meta. ¿Por qué esta indecisión en un hombre enemistado con el miedo, con los riesgos a perder la vida?. Un hombre con valentía sin límites, acostumbrado a sortear todo género de peligros. Ella fue la víctima. Amó tanto al ídolo que el ídolo se le cayó del pedestal y ella ese 6 de febrero de 1917 violó su dignidad cristiana, su moral, su ética, porque no pudo más. Había descubierto en el amado de toda la vida, simplemente un hombre que había cumplido su palabra; su palabra de honor.

El le dedicó algunos espacios de su vida tanto dentro de la inspiración poética como en sus diarios, aunque todo, aparentemente todo y ceñido al recuerdo, apenas al recuerdo, y aunque de las cuarenta y seis damas que él cita con nombres propios en sus memorias o diarios incompletos, a muy pocas las evoca o las menciona con demostraciones de amor, y con tanto énfasis como a ella, pero nunca tan frenéticamente como habría de mencionar a la Bella Normanda, la Divina Walquiria, la hermosísima e impoluta Vida Tranquila, con el cual podría haberse casado en 1913, pero aquel acuerdo de gentilhombre que cargaba a cuestas lo hacía volver los ojos hacia Caracas para pensara en la novia imposible, la lejana novia que esperaría por él enclaustrada y sin vida social de ningún género.

No era un conflicto de sentimientos lo que atronaba sus actividades. Era sí, como él mismo lo anotara, “más que un conflicto, un drama”. Amaba a Carmen Dolores, la niña venezolana nacida el 14 de noviembre 1891 en Caracas, la recordaba mucho y era su palabra empeñada la unión conyugal con ella… algún día, pero amaba con todas las fuerzas de su corazón a su Bella Normanda, o la Divina Walquiria, o Vida Tranquila, o simplemente Margarita Millett. Cómo romper pues un pacto empeñado de hombre respetuoso de las formalidades; cómo volver hacia atrás para deshacer lo que había sellado con su propia voz. ¿Cómo?

En Camino de imperfección, sus apuntes de 1906 a 1914 – lo que logró salvarse de tanta persecución y tanto acoso no sólo a su persona sino a su producción – está plasmado mucho del dolor de su vida, con todo el respecto, la admiración y el amor que exteriorizara por Carmen Dolores. Allí expresa que la conoció en 1905 cuando ella apenas tenía 14 años y él 31 años y fue un amor a primera vista. El 14 de junio de 1906 anotaría: “Ayer hemos pasado un día de campo muy agradable en la hacienda El Conde, con nuestra prima Rosa Amelia Blanco y su esposo, que son los propietarios, y habitan allí. Fuimos a caballo a almorzar con ellos, don Carlos Casanova, su hija Carmen Dolores, otro hijo de don Carlos, Haroldo, Héctor y yo. Dulce charla de regreso con Carmen Dolores”.

Que confusión la suya. Había salido de la cárcel el 1º de mayo de 1906 y en esos meses caraqueños de su prisión a causa de un grave incidente en Ciudad Bolívar, le dedica poemas a “la novia por venir” que no es otra que Carmen Colores, especialmente uno con este mismo título que él diría haberlo hecho el 26 de abril. Y en ese mismo año, el 28 de diciembre escribe “C. D. que me anuncia por postal de anteayer su venida a pasar el año nuevo en Caracas, ha llegado. La he visto, va a ser, si ya no es, una mujer preciosa. Esta muchachita lo posee todo: alcurnia, educación, hermosura, inteligencia, juventud. Todo, menos dinero. Mejor, así me deberá el bienestar a mí, si me caso con ella y logro dárselo”.

Llega 1907. La tarea política de Rufino Blanco Fombona le trae polémicas y enemistades. Circula y es comentada su novela El Hombre de hierro, pero el anda triste por la muerte de su hermano Augusto en el litoral central, después de penosa enfermedad. De Carmen Dolores habla poco y también, según se desprende de una carta a “mi primo” en la cual le confiesa “que espontáneamente… no he querido verla porque no me convence”.

Al finalizar el mes de julio organiza viaje y pronto parte para Europa. El 21 de agosto hace, una primera cita en su diario. Está en Scheveningue con sus hermanos Isabel y Humberto. El 26 de septiembre anota “¿En que va a pensar un hombre joven sino en el amor?. Si esta actividad no ocupa la vida en la mocedad ¿cuándo va a ocuparla?” y habla de varias interesantes damas y de muchas deliciosas locuras de amor. Se le ha unido su hermano Haroldo y el 27 de diciembre viaja a París.

En esa fecha incluyó en su diario los párrafos siguientes que no son más que una ironía en sus casi planificados apuntes biográficos:

“Creo que mi estada allí será por mucho tiempo. Que allí voy a escribir y a amar; es decir, a ser feliz a mi modo, siendo estas dos cosas las que más me preocupan. Y a veces ni amo, ni escribo siquiera; pierdo mi tiempo en naderías, como un imbécil, hasta que me aburro, y me entran anhelos violentos de partir, de buscar en otra parte lo que allí no encuentro, lo que en otra parte quizás tampoco encontraré: sosiego para mi alma, solaz para mi pensamiento, y amor, amor, un poco de amor para mi corazón vacío. Querer amar y no poder o no encontrar a quien es algo dramático. ¡Cómo es posible que algunos se enamoren de una mujer y vivan enamorados de ella y en una misma ciudad toda la vida! Me contentaría con enamorarme y permanecer enamorado de veras y de veras satisfecho en la ciudad donde habite, solo un par de añitos. ¿Pero, demonios, para que querré yo enamorarme! Esa nostalgia se deba acaso a que mis amores han sido, casi siempre, mero y voluntario contacto de epidermis, sin mas complicaciones sentimentales sino las que yo forjo para torturarme”.

Pasan los meses y nada escribe sobre Caracas y sus gentes amigas. EL 7 de abril de 1908 llega a Ámsterdam para asistir al matrimonio de su hermana Isabel con Cristóbal Loscher. Y vuelve a París para emprender el regreso a la patria a fines de junio. Es largo el periplo, pero el 24 de julio el barco llega a Puerto Cabello, después de haber anclado en puertos colombianos; Blanco Fombona no desembarca, sigue para La Guaira. Carmen Dolores está con sus padres en una hacienda en las cercanías de La Victoria. El 1º de agosto él escribe en el diario:

“Apenas acabo de llegar y ya suspiro por irme. Todo me es hostil y antipático. Recibo cartas y tarjetas postales de Jeanne y sus frases de ternura me ponen nostálgico de una tierra que no es la mía. Amor no es. Existe en cierto rincón de Venezuela otra mujercita a quien yo quiero más, y con amor más puro. La carta de Jeanne, cosa rara, me hace ponerme a escribir a la paisanita. Y sin embargo quisiera estar lejos, en París con Jeanne. Corazón caprichoso e indescifrable… Aunque quizás todo pueda explicarse: siento nostalgia porque en mi torno no columbro sino barbarie, persecución e infelicidad; y le escribo a mi paisanita para crearme un motivo sentimental y agradable en el desdichado centro donde he caído y tengo que vivir”.

El 2 de septiembre expresa “he recibido además noticias y carta de C., adorable muchachita a quien no veo hace cosa de un año, en quien no pienso cuando estoy ausente, pero de la cual me acuerdo agradablemente cuando estoy en su cercanía”. El 16 del mismo mes deja constancia que llegó C. a Caracas, que la ha visto y está hermosísima, “aunque un poco tostada por el sol de los campos tropicales. ¡Qué desarrollo tan fresco y tan brillante de sus diecisiete años! No hemos podido conversar porque estaban presentes su madre, su padre y uno de sus hermanos. EL domingo próximo irá a Los Teques. Allí conversaremos. Es, en el fondo de su espíritu, y aunque muy inteligente, una chicuela”.

El 21 escribe que ha pasado un gran día en Los Teques. Regresamos “a las seis de la mañana, después de haber bailado toda la noche, hasta la madrugada. Puedo equivocarme, porque uno jamás conoce a las mujeres, pero creo que C. ha pasado un día feliz, orgullosa de tener cerca de sí, delante de las otras muchachas, sus amigas, a un hombre que le rinde homenaje y con quien le dan bromas…”

El 27 de octubre comenta, entre lineas, que ha ido a La Victoria para verse con la jovencita: “Sali ayer de madrugada para la Hacienda, con mi hermano Héctor, a caballo. Anduvimos dieciséis horas sin desmontarnos sino veinte minutos para almorzar. A las nueve de la noche, arribamos, de regreso, al Valle, donde se tomó el tren para Caracas. Llegamos molidos y hambrientos; pero he podido conversar hoy con C. que era mi propósito. Nadie se da cuenta de que hemos estado ausentes de la ciudad y menos en dónde”.

Pero ya par el 3 de diciembre se le escapa una constancia que da a entender la forma en que se le va a complicar su vida y no dejar de asomarse algunos pensamientos sobre las consecuencias que ello le acarrearía, todo lo cual no está lejos de su temperamento. Es una confesión íntima, majadera y acomodaticia, pues escribe:

“Estoy flirteando con dos mujeres, ambas jóvenes, ambas lindas, ambas del mismo nombre, ambas pertenecientes a las mejores familias de Caracas”. Llamaré a la una, a la más joven, C(primera) y a la otra C(segunda). A C(primera) la conocí hace tres años, y pertenece a una gentes ligada con nosotros por vínculos que debo respetar. Por eso, y por ella misma, la requiebro con más miramientos que la otra; cuenta apenas diecisiete años ¡Qué chicuela tan avispada y tan atrayente!.

“C(segunda) tiene más mundo, como mujer de veinte años; es más elegante y mucho más apasionada. Como novia lisonjea más la vanidad de un hombre que C(primera). Pero se le conoce demasiado que desea casarse”.

“Cuando converso con cualquiera de las dos prefiero aquella con quien estoy; le hayo encantos que me detienen a su lado. Luego…

“C(segunda) tiene un defecto para esposa: hábitos de lujo, parientes ricos y ella poca fortuna. La otra tampoco goza un porvenir económico envidiable; y se acomodaría más fácilmente a una vida modesta.

“Creo que me decidiría por aquella de las dos supiera inspirarme celos, o que por otra habilidad supiera aprovechar un buen cuarto de hora. He pensado hasta en jugarme las dos, a ver cual gano; o tirar una moneda al aire y decidirme por la una si cae de cara, o por la otra si cae de sello. ¿Pero quien va a echarse esposa por el capricho del azar? Me he tranquilizado con esta reflexión: si nunca o casi nunca hacemos otra cosa. El azar entra en mayor escala que la previsión en nuestro destino”.

El 3 de diciembre confiesa que la conoció hace tres años y el 6 se queja de no haber podido conversar con C(segunda) “En cambio he visto a menudo a C(primera). Me siento más inclinado a ella. Tal vez llena más mi pensamiento que la otra”. Y veamos la controversia íntima del hombre enamorado que, a la vez, nadie podría imaginar, cabalístico. Es el 9 del mismo mes:

“Me gustará más C(segunda)? Acabo de hablar por teléfono con ella y me parece que sí. Le gusta la política, tiene emociones fuertes y es muy elegante. He tirado una moneda al aire por tres veces para preguntarle al azar y por tres veces consecutivas ha salido C(primera). Me parece que el destino me ha hecho trampa. Sin embargo soy tan supersticioso que esta decisión de la moneda, va a pesar mucho en mí, ¡aunque no quisiera tomarla en cuenta!”.

Los días siguientes Blanco Fombona está inmerso en el asunto político. Es partidario decidido de que el General Juan Vicente Gómez asuma el gobierno como Jefe de Estado y que desconozca al General Cipriano Castro como tal. Participa en manifestaciones, charlas, cónclaves, etc. Según él mismo, lo acusan de demagogo y de ser “uno de los causantes de los desbordamientos populares”, lo cual queda entrelazado a su vida sentimental en la siguiente apreciación del 18 del dicho mes de diciembre:

“Esa es la voz de la cobardía y de las malas voluntades. En cambio C(primera) me escribe encantada. Por frente a su casa pasamos, camino del Panteón. LA casualidad ha querido que C(primera), como C(segunda), presenciaran los acontecimientos del día: la una en casa de Pietri; la otra en su casa. C(primera) me escribe al escondite: “Imagínate cómo pensaré yo en ti. Figúrate, que me pongo a leer, y es como si no lo hiciera, pues no entiendo ni sé lo que he leído”. ¿A la otra le ocurrirá lo mismo? Quizás no. La otra tiene a su padre preso; y el drama de su hogar acallará el de su corazón”.

Cuatro días después escribe: “Me acerco a la ventana de C(segunda) ¿Por qué estará disgustada conmigo? Finge no verme. Cuando paso, en vez de salir a la ventana, como siempre, se queda en el fondo del salón y aparenta mucho interés por un libro que de seguro no está leyendo. Me da rabia y curiosidad. Parto del mal humor”.

El 27 deja esta constancia: “¿Por qué no me enamoro de cualquiera de estas dos muchachas, pero de veras, con sinceridad, con candor, con amor, sin engañarme ni engañarlas? ¿Será imposible que el amor floreza o vuelva a florecer dentro de mi corazón? No diré que sea un suplicio no enamorarse; pero enamorarse es delicioso. Aunque dejarse querer no resulta desagradable.

Y Rufino Blanco Fombona despide el año en 1908 con este criterio, pergeñado el 29 de diciembre: “Estoy solo en una mesa del Club Concordia. He pedido un cubilete con esos dados grandes de los que se usan allí para jugarse el aperitivo entre amigos. He vuelto a jugar – esta vez a los dados – mi corazón y mi porvenir sentimental. C(primera) salió vencedora. Aviso del destino, ya reiterado. ¿Y a mí que me gusta tanto la otra mujer!”.

Para el 4 de enero de 1909 destaca en su diario el largo rato que pasa en el Hipódromo en el día de carreras con C(segunda). El 25 escenifica una relación de los celos de esta y el 28 hace una breve radiografía de C(primera) o sea de Carmen Dolores Casanova Tovar: “… tiene para mí sobre la otra la ventaja de que sabe llorara y sabe ceder. Es decir, es más femenina. Se impone por la suavidad y la ternura. En cuanto una mujer nos inspira lástima quedamos a su merced… Y es tan joven, tan joven. Y tan bonita! Sus ojos son los más lindos! Le he dado esta noche el primer beso. Siento en la boca todavía la frescura de sus labios. Y tener que quedarme con una sola de estas mujeres ¿Pienso en los musulmanes… ¿A cuál de las dos prefiero?. ¿A cuál me dolería más dejar?”

El 16 de febrero elabora una larga apología de Carmen Dolores: “Anoche estuve en el teatro con C(primera) y su familia. Cuando terminó el primer acto me pareció que C miraba solapadamente hacia un rincón del patio donde había un joven con quien no desearía que cultivase amistad. ¿Razón? Que este hombre se alaba de todas las mujeres. Según él, ha tenido intimidades o familiaridades con todas. Durante el segundo acto, aunque fingiendo indiferencia, la espié a sabor. Seguía con interés lo que ocurría en la escena. Estaba muy seria. La seriedad, a ella que es alegre como unas pascuas, la convierte en una estatua griega, porque su perfil es helénico; es decir perfecto. Tiene además, ojos magníficos, cargados de pasión, algo melancólicos, y las pestañas larguísimas. Conversando, ocurrente, fluente. A veces me pregunto, cómo puede ser sentimental, siendo tan irónica. Creo que con los años irá cediendo el puesto lo sentimental a lo irónico. Esto será agradable para los demás, no para su marido. Cuando salí del teatro, de su brazo, estaba enamorado como un loco. Toda la mañana de hoy he pensado en la primorosa; y ahora, en vez de salir, me pongo a recordarla en estas líneas, llena el alma de su dulce visión.

“¿Será a ella a la que amo?”

Y llegó la hora de afincarse en una sola meta. “He dado un paso decisivo en mi vida – argumenta - ¿Habré acertado?. Quién sabe! Ha llegado el momento de no ser un parásito social; de darle a la sociedad lo que debemos: nuestro esfuerzo y la continuación de nuestro esfuerzo en nuestros hijos” Seguidamente hace la historia de unos momentos tan difíciles en su vida y que quizás hubiesen sido su afianzamiento definitivo en su tierra, pero la política lo separó del país y la tiranía lo alejó definitivamente de sus seres queridos, los cuales quedaron en la tierra natal. Factores ineluctables del destino. Mas veamos la hora de poner por delante su palabra en la promesa matrimonial.

“El 18 (de febrero) me dijeron – y lo he creído- que al padre de C(primera) le había dado un ataque, a consecuencia de un disgusto doméstico ocasionado por los amores de su hija con un hombre que se pensaba comprometer, según le informaban, con otra mujer. Por otra parte la familia de C(segunda) también se oponía a lo equivoco de mis relaciones con esta última. Tomé un partido el 19 en la mañana, después de meditarlo mucho durante la noche. Me decidí a hablar con el padre de C(primera), quien me acogió benévolo y paternal, con la cortesía y bondad ingénitas en este varón magnifico, en cuyo pecho resplandecen todas las virtudes. En la noche había un gran baile. C(segunda) sufrió la mas negra desilusión y la herida más profunda en su orgullo, cuando, conta todas sus probables previsiones, me vió pasar toda la noche del brazo de su rival, y sirviendo ella de comidilla a la maledicencia de mujeres que la envidian. ¿Pobre y linda muchacha! En cambio C(primera) radiaba de satisfacción ostentando su triunfo, a presencia de todo Caracas, ya en antecedentes de aquel doble amor. Y yo comprendí que amaba más a C(primera), porque no me hubiera atrevido a hacerle representar el papel que esa noche representó la otra.

“En todos los bailes subsiguientes hemos estado siempre juntos. Estoy comprometido, no casado. De comprometerse a casarse hay mucho trecho. No me hago la idea de que pueda vivir casado; es decir esclavo de un deber que se llama matrimonio y que no es un deber y un derecho exclusivo sino compartidos”.

Un día muy cercano a la resolución ya estructurada, Blanco Fombona hace una anotación inverosímil en su diario, la cual no puede ponerse en duda, pero en la que demuestra, o quiere demostrar, la distancia que había entre él y la muy joven prometida; deja entrever una circunstancia que hace pensar que su obligación fue simplemente la palabra empeñada y un poco de cariño, nada más. Sin embargo no olvidemos que el autor publicó este trozo de su diario en 1933 cuando habían pasado catorce años de la muerte de Carmen Dolores Casanova Tovar y él había logrado la más alta cúspide de su destino intelectual, de su estabilidad emocional, y de su rumbo íntimo.

No podía ocultar, bajo ningún respecto, todo el inmenso amor que le había profesado a la niña Carmen Dolores desde que la conoció, y la misma adoración que le siguió profesando de por siempre a Margarita Millet, la Divina Walquiria, que fue para él una compensación para su vida de perseguido político, de tremebundo paladín de los más duros epítetos, de desafiante esgrimista que nunca vió el peligro porque el miedo no figuró en su léxico.

En mis relaciones de muy noble amistad con Hugo Blanco Fombona Millet tuve la oportunidad de hablar dos veces con doña Margarita Millet, a la que conocí aquí en Caracas, adornada por dentro de la belleza de toda la vida, aunque ya anciana y llena de arrugas, pero en toda hora realizada como la mujer enamorada de aquel hombre de acero, de aquel preclaro adalid de las ideas bolivarianas. Qué dulce la voz de ella para recordarlo, aunque divagaba entre lagunas mentales, atormentada por los largos años de vida. Qué asombrosa su formalidad tímida de hablar de aquellos tiempos, que introvertida en su humildad de alcurnia y así y todo apenas logré que me dijera que “Rufino fue el padre más humano, más dulce, más tierno de todos los padres de la tierra”.

Eso me fue suficiente para entender por qué el maestro sacrificó la vida suya en el sorbo de amargura que paladeó por muchos años al sacrificar la de Carmen Dolores Casanova y Tovar que lo amaba, lo creía ídolo, lo sentía Dios, pero que estuvo tan lejos de él en las horas más difíciles y tormentosas, no por culpa de ella, sino porque el destino señala las rutas de la vida humana.

En la meditación sobre el acontecer que envolvió la existencia de aquellos dos seres, nos llenamos de interrogaciones. ¿Debió entonces el escritor haber faltado al honor de su palabra y haberle dicho a don Carlos, el padre de Carmen Dolores, que deshacía aquel convenio moral porque el rumbo de su vida había cambiado totalmente con la partida de la patria en 1910? Hubiese sido lo mejor, pero él era hombre conmovido por las ideas revolucionarias del momento en cuanto a todos los factores de la existencia, menos uno: el ético. Seguía siendo un caballero del siglo XVI; un pelo de su bigote, un pelo de su barba, una expresión en su voz, era un sagrado principio que impelía hacia un cabal cumplimiento, por rectitud y por respecto a sí mismo. Cómo duele pensar que si sentía inseguridad en su amor por Carmen Dolores no hubiese mirado hacia atrás y al haber escrito la siguiente página en su diario, el 3 de marzo de 1909, no haber decidido en esa misma hora, terminar con esos amores recién nacidos, que así hubiese evitado tanto mal para ella como impaciencia para su corazón. Entonces había pergoñado este criterio:

“Antenoche, en casa de C. D., (que ya no tiene por qué nombrarse en estas notas C(primera), conversábamos ella y yo, sentados a la ventana, mientras el resto de su familia tertuliaba hacia un ángulo del salón, en círculo. La luna, que iluminaba todo el cielo y la calle caía sobre nosotros. El silencio reinaba en la calle desierta. Todo invitaba al amor. Sin embargo, nuestra charla languidecía. Algo de inseguro y de aislador se interponía entre ambos o impedía el que rompieran a volar nuestros corazones el uno hacía el otro.

“Me puse a pensar que si no existía compenetración entre nuestras almas se debía a su desemejanza. Se lo dije. Le dije también que ni yo la quería a ella ni ella me quería a mí. Que ambos representábamos una comedia. Que ella no pensaba sino en casarse; y yo, por temor a envejecer solterón, también. Me expuso que desde los catorce años en que me había conocido, todo su anhelo se cifra en aquel amor; que se había puesto muy devota porque Dios parecía oir sus ruegos y que al hablarle así parecía que le arrojaban, sin ella esperarlo, de una inmensa altura y se volvía añicos. La eterna historia de mis amores recomienza. Soy el autor de mi propia infelicidad.

“Dos días después de aquella absurda conversación, en la razonadora tranquilidad de mi gabinete, me confirmo la idea de que socialmente para esposa conviene una mujer bella, inteligente, agradable, música, que gusta de la lectura, que sabe conversar y que posee, además un carácter suave y transigente. Eso es preferible a la mujer que sepa inspirar una gran pasión, o que pretenda llenar una vida como la mía. Estas grandes pasiones como las fogatas de virutas duran solo un momento mientras que el afecto sosegado de una mujer joven, agradable y linda puede durar.

“¿La amo de veras? Confieso que me gusta y es bastante. Nada de grandes pasiones y dramas pasionales en el hogar que uno forme. Razono como un burgués práctico. Lo malo en mi, siempre, no es el razonamiento sino que, luego al primer impulso de la pasión, lo olvido todo y doy el gran salto en las tinieblas”.

La política lo atrae más intensamente de lo que él pensaba, El general Juan Vicente Gómez desconfía de él, lo hace llamar y le ofrece una posición diplomática en un lejano país. Le solicita tiempo al mandatario para pensarlo, pero unos amigos y correligionarios lo postulan y es designado Secretario del Congreso Nacional, función en las que le corresponde firmar la Constitución Nacional de ese 1909. En el ambiente político e intelectual de la ciudad su nombre está siempre a flor de labios. El 20 de junio describe en su diario un bellísimo pasaje en el cual uno de sus compañeros es un hermano de Carmen Dolores; se trata de un almuerzo en su casita primorosa al pie del Ávila, de donde se divisa la ciudad y se sueña celestialmente, pero leámoslo:

“Por las ventanas abiertas, festoneadas de madreselva, y donde cuelgan, en sus jaulas, trinadores canarios, desde el alegre comedor de mi casa, mi hermano Héctor, Pablo Casanova y yo, después de almorzar, contemplamos los árboles del vecino huerto: Una acacia verde u cubierta de frágiles flores purpúreas, un árbol de flores amarillas, un cotoperís copudo y hojoso, palmas, mangos, plátanos y, en un claro, rosales. Acaba de llover. El sol no es de oro, sino de plata; y el cielo, pálido, se envuelve a trechos en una bruma de perlas. Con el aguacero han salido de sus guaridas arbóreas y térreas, millares y millares de insectos voladores. Una parvada de golondrinas de caza, a nuestra vista, a los frágiles seres alados. Los pájaros cazadores describen un amplio vuelo en curva, y de repente pasan a todo volar junto al insecto, llevándoselo en el pico o en el buche. El insecto, que parecía un poco antes un móvil punto negro, desaparece en el buche voraz. La nube de insectos clarea poco a poco. Los cazadores continúan revoloteando en torno a su presa. ¡Qué almuerzo heliogabálico! ¡Y qué lección, para nosotros, de filosofía objetiva! ¡No hay que ser insectos! ¡No hay que ser débiles! ¡Cuando los más fuertes revolotean, no debemos salir de nuestras guaridas!”.

EL 18 de julio deja esta constancia:

“Antenoche comí en casa de mi novia. Era día del Carmen; es decir, su onomástico. Ha seguido Carmen, la mala costumbre de otras paisanas nuestras: de encerrarse en cuanto se enamoran; de no visitar, no asistir a reuniones ni a teatros y, amurallándose entre las paredes dométicas, renunciar a la vida social. Esta desagradable y tonta costumbre produce pronto sus resultados: no invitan a las enamoradas a ninguna parte si no pueden o no quieren invitar al novio. Esto le acaba de suceder a Carmen; una de sus mejores amigas ha dado un baile y no la invitó. Su padre, por otra parte, se pone furioso, y con razón, porque no quiere ir al teatro cuando le convida él, sino cuando yo la convido. Los padres se lamentan: la acusan de desamor a la familia, de que ya no tiene más que un afecto extraño; y lo que es peor, al echarle en cara su conducta, me echan la culpa a mí, lo que es injusticia, por falso. Demasiado debían saber cómo son las mujeres entre nosotros”.

Pasa julio entre discursos y disputas políticas. También agosto es un mes festinado. A su residencia en los extramuros de San José llegó la terrible policía que ya sacaba las garras de una nueva tiranía.

El describiría en el prólogo de Cantos de la prisión y del destierro su acogedora morada y la visita inoportuna:

“La casita donde habito en Caracas demora casi al pie del Ávila. A su frente se yergue tras de una tapia descascarada, una linda acacia que da sombra en la acera y el arroyo y cubre la calle, por julio, de corolas carmesíes; al fondo tiene un basto jardín; en sus balcones se engarzan brazos floridos de trinitarias, y no lejos, hacia el sur, corrido de su presente inopia, deslizase furtivo, bajo un puente, el Catuche”.

“Sus balconcetes dan al Oriente. La primera visita es la visita de la aurora. Y con la aurora llegan, insinuándose, los efluvios de rosas, malabares, violetas, heliotropos y nardos del lindante vergel. Se escuchan, fuera, las cornetas de un cuartel cercano; dentro el alborozo de los canarios que saludan el sol, y los pisares claudicantes de la vieja Petra que escalera arriba se adelanta a disponer el desayuno”.

“Me basta abrir un balcón que da hacia el sur, y desde el escritorio diviso la ciudad, mi Caracas nativa, esa Caracas tan hostil y tan amada, bajo cuyo cielo azul y en cuyo tibio ambiente, deseo exhalar el último suspiro, bajo cuyo suelo fragante y moreno deseo dormir, cuando suene la hora, el sueño último”.

“Y sentado a ese escritorio, una mañana acicalaba con amor una página añeja de historia, y pintura de costumbres, trajes y muebles de aquellos emperifollados abuelos que en la flor de los años iniciaron, el 19 de abril de 1810, la revolución de Hispano-América… Una pareja de polizontes hizo irrupción.

“-El Perfecto- se me informó- desea que usted pase a la Prefectura.
“-Un momento, -respondí. –Voy á vestirme. Al punto estaré allá.
“Viendo que no partían sino que me esperaban, pregunté, ya caviloso:
“-¿Pero es que debo ir con ustedes?
“-Si, señor”

Lo conducen directamente a la tenebrosa cárcel de La Rotunda. En ese prólogo de Cantos de la prisión y del destierro narra todas las angustias y los padecimientos. Carmen Dolores se derrite entre lágrimas, le escribe, le envía dulces, le envía alimentos, le adorna las cartas con florecitas disecadas, pero solamente algunas le llegan. El va recordándola, día tras día. El encerramiento lo acerca mucho más al amor por ella, o mejor dicho: el calabozo lo ha enseñado a amarla más, pero un golpe muy duro experimenta Carmen Dolores, mientras espera la libertad del hombre de sus sueños; libertad de la cual hablan en familia como una realidad desde el 1º de enero de 1910 y sin embargo trascurren los meses y la espera se hace cada momento más tensa. Al comenzar septiembre es cuando cunde la noticia, tan diferente a la ansiada, y cuánto dolor para todos, tanto para el preso y su familia como para su prometida y los Casanova Tovar: “Mañana lo embarcarán para Europa”, les informan y “del dicho al hecho hubo poco trecho”.

“No se me permitió ir a mi casa – apunta en el prólogo de Cantos de la prisión y del destierro – ni despedirme de mi novia, ni agenciar mis asuntos, ni procurarme personalmente los fondos personalmente los fondos que iba a necesitar. A toda carrera hice retrovender por lo que me quisieron dar, una pequeña finca agrícola. A toda carrera mis hermanos pusieron relativo orden a mis cosas. A toda carrera partí… De la rotunda me sacaron entre esbirros… La última visión que tuve de la patria, ya al zarpar el buque español que me conducía al destierra, fue un grupo de familia donde mi novia, vestida de blanco lloraba; y tras del grupo familiar, deslizándose cautelosos, las figuras patibularias de los esbirros”.

Pero la ausencia desligará el corazón del desterrado, poco a poco, de la beldad soñadora que lo esperará siempre. Muchísimas mujeres pasan por su vida. Las señala en sus diarios. Las ama transitoriamente. Vive con una, la deja, busca otra y nunca vuelve al pasado. El 13 de noviembre estampa un crudo criterio alrededor del amor y la mujer, que termina así: “Lo práctico es permanecer atentos al instante de la crisis del amor, que siempre llega. Una veces se cansa primero el hombre; otras la mujer.

“Evitar ser la víctima el día de la crisis: ese me parece el secreto para que conserven las mujeres de nosotros un recuerdo grato… La psicología de los amantes es sencillísima. El que menos quiere domina”.

Entre tanto, Carmen Dolores le escribe todos los días, aunque el correo lleva su correspondencia quincena tras quincena. Son sus epístolas un diario que realmente impresiona; elabora para el mancebo ausente una relación de todo cuanto hace: leer un libro, bordar un pañuelo, dar lecciones de música, cómo se alimenta, a quién recibe, a las misas de la Iglesia de Las Mercedes a las que asiste y las amigas con las cuales va, los almuerzos en casa de familiares, etc. Y Blanco Fombona anota el 14 de noviembre que no quiere hablar de su novia “linda mujer de veinte años, que hace ahora veintiséis meses – el tiempo de mi prisión y de mi destierra – vive encerrada en su casa y que me escribe que no saldrá a sociedad otra vez, mientras yo no regrese a nuestro país”. Y no demora el exiliado para escribir las biografías sentimentales de otras mujeres que en su nueva vida “le ayudan a conllevar el destierra gratamente”.

El 5 de junio de 1912 habla por primera vez en su diario de la dama trascendente que ha cambiado o cambiará el rumbo de su vida. Ella y el General Juan Vicente Gómez lo hacen ver ya muy lejos a Venezuela, aunque lleva en el alma y en sus proyectos intelectuales la patria de Bolívar como un estandarte y una bandera. Empieza por citarla como X, es mucho después cuando la identifica como V.T (Vida Tranquila) y al pasar el tiempo como la Divina Walquiria, o como la Bella Normanda. Nunca, nunca la mencionó con sus nombres propios en sus memorias. Una semana después anota: “Necesito de Vida Tranquila. Le he prometido matrimonio y me casaría al punto, si no fuese por el compromiso moral que tengo en Caracas y no quiero eludir. Conflicto entre dos deberes: drama”.

Brevísimo es el testimonio sobre Carmen Dolores en estos meses. Disminuirá aún más mientras se angosta el almanaque, aunque el 13 de agosto relata que ha recibido carta de ella y de su hermano Horacio Blanco Fombona: “Ambos me han llorado por muerto… La carta de Carmen es más extensa… Como Carmen me escribe diariamente y sus cartas vienen divididas por días, sus cartas son como un Diario de su vida. Los párrafos que atañen al caso de mi muerte, en esta carta suya que empieza el 10 de julio y termina el 24, son los que empiezan el 20”. Los trascribe y se hace sentir en cada línea que hay un mundo de amor y de dolor a la vez en lo que plasma en el papel Lloran los signos gráficos como trayendo o llevando sangre del desgarrado corazón femenino. ¡Pobre Carmen Dolores!. El texto es el siguiente:

“Mi Rufino muy idolatrado: ¡Qué noche tan horrible fue la de anoche para mí! Con decirte que no sé cuando sufrí más si anoche o la noche que murió mi madre. Ahora me pongo a escribirte para engañar la espera, mientras llega la contestación al cable que le puso papá a Loscher esta mañana.

“Imagínate que alguien (que debe ser muy infame) corrió la noticia de que había llegado un cable, anunciando que habías muerto, dicen que en un duelo con Gómez Carrillo. Esto lo corrieron ayer. El pobre papá pasó un día horroroso, y, según me dice Devota, todos estaban lo mismo; pero parece que se dominaban para que yo no comprendiera. Y cuando yo les preguntaba que si no advertían que papá estaba en el último estado de decaimiento, me aducían una porción de motivos que hoy es cuando vengo a comprender que eran tontos. Pero María Devota oyó algo y, muchacha al fin, fue indiscreta. Por supuesto, se vieron en el caso de decirme lo que había. Aún cuando me aseguraban que era una noticia falsa y me daban los nombres de los autores, me volví medio loca, o loca completa. Figúrate: eran las diez de la noche y tú sabes que todo con la noche es más horrible.

“Además, sólo el pensamiento de esto me causa horror. Se que es facilísimo que la noticia no haya venido por cable, pues todos han ido a la oficina cablegráfica y allí aseguran no haberla recibido. Pero mientras no esté aquí la contestación de Loscher a nuestro cable, yo no estaré tranquila. Horacio se pasó toda la mañana de hoy aquí esperando a ver si llegaba. ¡El pobre! El también se ve muy nervioso, aun cuando aparenta estar completamente tranquilo”.

“Hoy más que nunca me ha hecho mi mamá una falta inmensa. Si no para consolarme, para compartir conmigo mi angustia, para darme valor, para infundirme más confianza en estas horas de espera. ¡Los siento a todos tan lejos de mí! Esta mañana, a las cinco y media, me fui a Las Mercedes, me confesé y comulgué; y pedí tanto a Dios, mi amor, para que me evitara este dolor tan inmenso, no sólo hoy sino siempre! De todo corazón le he pedido que me vaya yo antes que tú, pues yo no puedo vivir sin ti, mi R”.

“Once de la noche.- Mi Rufino querido: yo creí que esta tarde a las seis a más tardar llegaría la contestación del cable; y todos creyeron lo mismo. De tal modo que a esa hora estaban aquí: Horacio, Juan y Raquel, y después vinieron Pepita y Luis”.

“Me siento ya intranquila. Comprendo que no voy a poder dormir”.

“Mi R. querido: Por lo más grande que haya para ti en el mundo, por el amor de tu madre, por la memoria de la mía, te suplico de rodillas que te cuides. Acuérdate que yo he llorado mucho, a pesar de ser joven. Que en el mundo no tengo más felicidad que tu amor; que si me falta, no me queda nada, nada. Evita todo lo que me pueda hacer infeliz. Acuérdate que mi vida es tuya, que te adoro”.

“Domingo 21. – Mi Rufino muy adorado: Hoy he pasado el día nerviosísima, pues el cablegrama no ha llegado. Varias veces he hecho llamar a la oficina y contestan que no ha llegado cable para papá, que al llegar lo mandarán.

“Ya se sabe que todo fue una mentira; pero yo no estaré completamente tranquila mientras no llueve la contestación. Papá me llama idiota, dice que una noticia que no se confirma, se cae de su peso que es falsa; pero es que una está dispuesta a creer lo malo y piensa que la están engañando”.

“Yo le digo a Devota que lo que me calma es pensar que yo estaba muy tranquila; y que si a ti te hubiera sucedido algo malo es imposible que mi corazón no lo presintiera”.

“Horacio estuvo aquí esta tarde y esta noche; Juan y Raquel también, María Luisa Sosa esta Mañana. Con Juan tuve un pleito, le eché a él la culpa de que no había respondido Loscher, pues yo dije que pusieran al telegrama de papá: <>, y Juan entrometidamente, se lo suprimió; dice que eso por sabido se calla. Pero Loscher no sabe lo que esta pasando aquí. Anoche no dormí ni un segundo; y lo peor es que esta noche voy por el mismo camino”.

“Esta mañana muy temprano fuimos a misa, a Las Mercedes, Devota y yo. Comulgamos; y mucho, mucho le pedimos al señor por ti, para que te proteja y te libre de todo mal”.

“Lunes 22.- Son las nueve de la mañana, mi Rufino adorado. Dentro de un momento se despachará el correo. He esperado hasta este momento para cerrar mi carta, viendo si llega el cable. Pero nada. Ya yo estoy segura, mi R. muy querido, de que tu no tienes nada, que estás bien; pero al mismo tiempo me pregunto, ¿por qué no contestan, cuando ya tienen tiempo? Esto naturalmente, me alarma. Yo te aseguro que prefiero mil muertes a esta amargura que siento”.

“Martes 23.- Ayer por fin no despaché ésta. A última hora decidí esperar la llegada del cablegrama”.

“Aquí estuvo ayer por la mañana la pobre Paula. Está preocupadísima; y se queja de que no le dijeron una palabra; que ella lo supo porque una criada de Mercedelia oyó la conversación. Esto es muy mal hecho, pues si a Horacio no se le ocurre darle noticias de ustedes, Mercedelia debe hacerlo.

“Ayer estuvieron aquí Misia María Luisa y María Luisa; también Horacio. María Luisa y yo hicimos una promesa y hoy fuimos a comulgar a Las Mercedes. Después nos vinimos para acá y se desayunó y almorzó aquí. Esta tarde se empeño en que fuéramos a la adoración del Santísimo, de tras a cuatro, a la Santa Capilla. Antes de ir estuvimos en el Cable con Devota, a poner otro telegrama. Pero resulta que la comunicación estaba interrumpida”.

“Mi Rufino, yo no creo que a ti te haya sucedido nada. ¡Cómo mi corazón y mis plegarias no te van a preservar del peligro!”

“¡Mi vida la daría por saberte bueno y feliz!”

“Miércoles 24.- Mi Rufino muy idolatrado. ¡Por fin hoy llegó el deseado telegrama! Me sentí tan feliz, mi amor, que lo olvidé todo, todo. Lo único que sabía es que era tan feliz”.

“Pero creerás que soy tan tonta que no me atrevía a abrirlo, y al mismo tiempo me desesperaba por saber lo que decía y le suplicaba a Pancho que me lo abriera y al mismo tiempo no lo dejaba; pero cuando supe el contenido me sentí muy feliz, mi R., muy feliz”.

“Aquí han estado Horacio y Paula y mucha gente a felicitarme”.

“Papá, Devota y yo descorchamos una botella de champaña y nos la bebimos los tres, por tu felicidad; y después también tomamos ponche-crema”.

“Ahora, mi R. me pongo a pensar en lo hubiera sido mi vida si me hubieras faltado y me horrorizo. Mi único horizonte es tu amor. Y si hubiera tenido que vivir muchos años, hubiera sido la soledad, la indiferencia, la nada lo que me esperaba. ¡Si me pongo a pensar en esto el corazón se me cierra!”

La joven caraqueña desaparece del diario de Blanco Fombona, pero el resto de este año la Bella Normanda es fuente primordial. El 31 de diciembre deja esta constancia:

“He vivido modestamente, pero con dignidad. Aunque no puedo evitar en absoluto todo nexo mundano con la colonia hispano-americana de París, que es numerosísima y le gusta divertirse, y para divertirse habita en París, me he retirado en lo posible de relaciones onerosas y del aparato social que roba tiempo y, por tanto, dinero. He tenido la fortuna de encontrarme una mujer bella y magnánima que pone un rayo de ternura y de amor en mi vida. Es mi confidente, mi amiga. Con ella, nada de grandes pasiones demostrativas y absurdas. Es vehemente; pero se esfuerza en dominarse; si de algo peca es de reservada: reservada por desamor a lo bullanguero, a lo frívolo y groseramente espontáneo. Supremo pudor de un alma delicada. Nada de vida tormentosa. Al contrario, vida noble, sosegada. Es una mujer que me infunde tanto respeto como cariño. Me casaría con ella, si – como he dicho atrás – no tuviese un compromiso de orden moral en Venezuela, que no debo eludir. No es corriente encontrarse con un alma tan recta y tan clara. Como he vivido con dignidad, no he sido infeliz. Nadie me ha arrugado el entrecejo. No he pedido a nadie un favor”.

El 23 de marzo de 1913 estampa un juicio sobre la vida en común que hacen Vida Tranquila y él, y agrega:

“V. T. me mima, me algodona la vida con sus delicadezas. Pero no soy feliz. Nunca seré feliz. La felicidad no se hizo para mí. Siento anhelos absurdos, sobre todo porque a veces ni podría precisarlos. La calma e mi existencia es para mí una tempestad. ¿Pero qué es lo que yo quiero?”

El 31 de agosto expone: “A veces me pregunto cuál es el sentimiento que me inspira V. T…. No vacilo en responderme que la amo con respeto y gratitud… jamás he tenido una relación de este género que se parezca tanto a los lazos consagrados porque jamás tuve tan larga convivencia de carácter hogareño con persona de su condición moral y social.

Pasan los meses; viene 1914. Y siguen las cartas caraqueñas de la novia. Qué pena no saber decirle la última palabra. La palabra del “adiós”: Nunca jamás aquel compromiso es ley, aunque ya siente el hijo que palpita en las entrañas de la extraordinaria y Bella Normanda. Qué confusión más íntima. Qué padecimiento más sublime, más terco y afanoso. “Morir sería lo único que definiría mi vida” anotó. Y le escribe a su hermana Isabel, a su hermano Héctor y a un “primo”: “jamás he sentido tan de cerca el amor”. Ha nacido Rufino, su primogénito, su Dios, su júbilo, la majestad de la vida. “Tengo que existir por los años de los años. Tengo a mi hijo… a mi hijo… benditas entrañas de mujer tan hacendosa, casera, honrada, querida y satisfecha”.

Y las cartas de Carmen Dolores continúan llegando como un diario sin tregua, como un recado de que existe la novia, que Caracas palpita, que Venezuela no ha querido dejarse matar por el déspota, pero él tiene entre sus manos la eternidad del júbilo en los primeros balbuceos del bebé. Y las epístolas de Carmen Dolores no mermarán semana tras semana y en las de 1916 se deja sentir que ya sabe que algo muy del corazón amarra a su Rufino querido a España, a Francia, a la vida. Pero pretende ignorar todo, lo quiere en demasía. La veremos en el epistolario que fue su pesarosa y efímera biografía con un inconmensurable paisaje de amor.
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Rafael Ramón Castellanos
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