mayo 04, 2009

LA PRINCESA MONAY EN LA LEYENDA INDIGENA



Releo el texto de mi oración de afecto a este pueblo del llano piedemontés, y me digo, entre suspiros y añoranzas, que el misterio del nombre inmaculado que lleva esta tierra y este pueblo del Ejido, es como para soñar, despierto, en la hermosura de la lengua quechua y en la vigorosidad de sus vocablos.

Monay no sólo es amor, es arrebato de intrépida aventura siguiéndole los pasos a una belleza indígena, hija de algún prestante compañero del Inca. Cierta vez, y por siempre, ella se enredó en la fantasía y, arrastrada por el torbellino desapareció entre la creciente de un río.

Volvamos a la etimología hebrea de que Monay es fuerza, es ímpetu de las aguas que van hacia el Coquivacoa, preñadas con la luz de las candelas de Mongón, con la vigorosidad de un caudal importante que, además ampara la productividad inagotable en los valles que atraviesa.

No obstante Monay por sobre todo, es nombre de mujer, de princesa india que no llegó al cenáculo calculado por su padre porque, prefirió oír el pálpito de sus sentimientos y no la voz que desde el santuario del Tiahuanaco la llamada a sostenerse en el Collaric Machú (cabeza del linaje) dentro de las altas y nevadas cumbres del imperio del sol, bajo la inmensidad del cielo azul de la altiplanicie del Titicaca o de las monolíticas edificaciones del Cuzco.

Monay era su nombre y la suponemos de profundos ojos negros, impactantes, cuyas miradas conquistaron al hombre que la amó.

Mas, acerquémonos a la leyenda que es como aproximarnos a la historia y sigamos al escritor peruano Alfredo Macedo Arguedas, nativo de Ayaviri, quien nos lleva hasta Monay, un nombre que es más que ensoñación, que es más que gloria, que es querer ser o que es poder ser.
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Monay era ella, la virgen india, de cabellera blonda y busto, caderas y demás formas estructurales como la trajo Dios al mundo o tal vez ya trajeada con sayal de gala tejido con lana de vicuña o de alpaca.
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Nada más de lucubraciones. Nada más de seguir con la ansiedad de diáfana inspiración cruzando los horizontes de los Andes para traernos la justificación del porqué esta tierra que pisamos se denomina Monay. El tradicionalista citado, escrutador de cuentos y mitos de la prehispánica villa de Puno, nos regala la leyenda sobre la vida de ella y de su galán exótico, Huarma, que se pronuncia Hoarma, como Munay se pronuncia Monay. Vámonos, todos juntos, los de aquí de El Ejido y los de todos los contornos de la llanura interminable y fecunda, vámonos a contemplar el significado de este pedazo de tierra natal. Macedo Arguedas atesora la siguiente bellísima oración:
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Hayahuayra y Cochapata eran comarcas vecinas separadas por un anchuroso río de aguasturbulentas que se acrecentaba considerablemente en la estación de lluvias, tan copiosas cuanto infaltables en los lugares del Collao.
Los hayahuayrinos se dedicaban a la textilería; los cochapatenses a la cerámica. Pero ambas comarcas, sostenían curiosa disputa: los unos ponderaban la bondad de sus tejidos menospreciando los objetos de los otros. Estos a su vez daban la menor importancia a aquéllos. Sin embargo no aparecía mayormente amenazada la tradicional cordialidad de los dos poblados.
Los jóvenes, no obstante, se desconocían en la época .en que empieza este relato. Pues cuando el ceramista acudía al trueque de productos al mercado de las ferias habituales, en la margen del río correspondiente a Cochapata, la tejedora no iba o a la inversa. Además, el padre de Munay, para quien su hija era "sus ojos", y que por ello soñaba encontrarle un marido vinculado a la realeza del Cuzco o cuando menos descendientes de la nobleza Aymara, rocuraba evitarle cual quier amorío tanto más con un hayahuayrino.
Así las cosas, un buen día llegaron a establecer amistad ¡Mantas y fajas!, voceaba la tejedora pasando frente al puesto del locero. ¡Cántaros, pocillos y vasijones para chicha -gritaba Huarma estos son los últimos que me quedan.
¡Y estas son las últimas que me sobran! Pregonaba ella, hasta que, dirigiéndose a él, le habló - Eh..... ¡mira! es la lana de pacocha, con trama de lana de vicuña- y se la alcanzó.
- Sí, muy bonita es: Huarma acompañó su exclamación con una mirada penetrante a la broncínea belleza de Munay.
Examínala bien. Es muy fina....... sólo .para un .noble debiera reservarla.
-Digamos que soy yo ese noble- replicó sonriendo él ¿Qué es lo que pides por tu preciosa manta?
-Dos vasijas y un par de cántaros. ¿Quisieras cambiarla?... ¡Dos vasijas y un par de cántaros!- ¿Lo hallas muy caro? -¿Caro? ¡No! ¡Más bien lo hallo barato! Basta que esas tus manos la hayan tejido
-Ah, rió ella, con esa manta, si me la cambias, harás de cuenta que hasta de noche, ¡en plena lluvia caliente el sol!
-Vaya tejedora...........No cabe duda de que eres muy lista y de que habiéndola hecho tú, aun la propia luna podría abrigarse.
-Oh; que hablador eres.
-Llámame Huarma, que es mi nombre. ¿A ti, cómo te llaman?
¿A mí?. A mí me dicen Munay.
-Munay, que nombre, como tus ojos, como tu boca, el que tú tienes.
-Volvió a reír la moza.
¿Así les hablas siempre a las mujeres de Cochapata?
-No, lo digo sólo cuando los tejidos son suaves, hermosos cual la que los trabaja.
-Qué te voy a creer: ¡los ceramistas de aquí son famosos por sus embustes!
-Ah, Munay, no nos juzgues mal...Yo te lo aseguro que no decimos sino la verdad. El sol, lo sabe.
-Bueno, ............ ¿quieres la manta?
-Me quedo con ella. Aquí tienes su equivalente; dos vasijas y un par de cántaros.
-Tengo que irme ya: se me ha vencido el día. ..El río también está cargado y va a llover.
-Qué pena Munay....Recién te conozco, y ya te quieres despedir.....¿Mañana volveremos a vernos?
-No, mañana no
¿Cuándo entonces?
-¡Pregúntaselo al Adivino!- le contestó, para irse luego, riendo, con los cacharros a cuestas en cuanto Huarma la contemplaba alejarse.
Al cabo de unos instantes él también se retiró, mas algo extraño le golpeaba el corazón con fuerza, con la misma fuerza con que el granizo golpea el suelo cubierto de grama dulce Munay, por lo consiguiente, habíase ido poseída de una, para ella, desconocida sensación. El amor se había encendido en ambos a semejanza de las fogatas en las noches del Inti Raymi.
Desde aquel día empezaron a quererse; jóvenes como eran, la pasión los envolvió avasalladoramente. Y si bien no podían verse de continuo, porque el padre de Munay redobló su vigilancia y la reconvino amenazador, aprovechaban las horas del trueque u otras en los días de feria; pero Huarma acostumbrado al total dominio de cuanto le era caro, como las pampas, los cerros, el río y las tempestades, no se conformaba con los favores cuitados de la india. Cierta mañana, a la orilla del río, se encontraron.
-Munay: vámonos esta noche, te aguardaré aquí, aprestaré una segura a ágil balsa y ella nos conducirá más veloz que la brisa que ahora nos envuelve. Nos conducirá lejos; muy lejos hasta donde podamos tomar el camino de las alturas que conduce al Cuzco. Una vez ya en la Ciudad Sagrada pediremos ver al Inca, quien magnánimo y grande como es, y sabedor de nuestra historia nos extenderá el perdón.
Munay, por toda respuesta murmuró:
-Quiera el Sol que todo salga como dices.
Terminado, que hubo el día, Huarma púsose a esperar a la amada, pero ésta no apareció. El sorprendido e intranquilo, resolvió ir a buscarla. La oscuridad se hacía más densa y gruesas nubes se arremolinaban presagiado tormenta. El río continuaba su curso con sordo y misterioso rumor. Huarma, ya alejado de la ribera, avanzó por el poblado de Hayahuayra sorteando las cabañas de las gentes que pudieran distinguirlo y delatarlo. En las proximidades de la choza de Munay se detuvo. Los perros, guardianes lanudos y malhumorados, ladraron alerta pero aquél ocultó su presencia.
La lobreguez ya era absoluta. Únicamente de rato en rato algún destello de la tempestad que se presentía aclarada fugazmente el paraje. De pronto Huarma oyó que Munay cantaba casi a media voz "me ha nacido un amor que no puede existir; mas no tengo buena suerte pues mi amor será cruel sufrir" Su apagada melodía lo hizo aproximarse hasta el descampado patio de la vivienda. Quedamente, con la respiración en suspenso, la nombró: Munay. Esta, interrumpiendo su cantar, esperó nueva llamada.
- Munay, ¿por qué has faltado a tu palabra?
- Los Apus (Grandes Jueces) me han advertido que si me voy contigo pereceremos -respondióle- y que feroz contienda ensangrentará nuestras comarcas. Mi padre me ha pronosticado lo propio y me ha jurado que nos perseguirá. Ahora se encuentra donde el Adivino. Presto regresará.
-¿Y, tú, temes a los Apus? ¡Los Apus son unos malvados y envidiosos.................! Vamos, Munay; date prisa más bien, y no te amedrentes. Traigo la manta que tejiste; aquella que cambiamos el día en que te conocí.
-En cuanto a tu padre -prosiguió él- ten por seguro que no nos alcanzará, y que con el perdón que el Inca nos conceda calmaremos su cólera, como también evitaremos que corra sangre entre nuestros poblados.
Huarma aguardó ansioso la respuesta de su amada.
-Vamos- respondió ella, vencida por el sortilegio del locero.
Los amantes embargados se marcharon. Partieron sigilosamente rumbo al punto del río donde Huarma había dejado una balsa.
El negro y elevado espacio, mientras tanto, abrió sus entrañas Comenzó a llover, levemente primero, con gran impulso después, hasta producirse iracunda tempestad. Los cargados goterones caían verticales y certeros; eran hilos traslúcidos uniendo cielo y tierra. Los rayos iluminaban a los fugitivos que huían a riesgo de desorientarse, pugnando con el huracán helado que también se les oponía.
De improviso entre los rugidos de la airada naturaleza, distinguieron voces y alaridos; apuraron la marcha; pero, en la alocada prisa, llegaron al río sin cuidarse de buscar el sitio en que la balsa permanecía.
-Agárrate de mi brazo derecho y no te sueltes en ningún momento. Vamos a vadear porque nos hemos extraviado y no diviso la balsa. Sujeta la manta y ármate de valor. No perdamos tiempo; nos persiguen.
-Crucemos sin tardanza, Huarma.
E iniciaron la travesía. El río bramaba más que la misma tempestad. El ruido horrísono del agua y los tétricos silbidos del viento parecían el ulular de los Apus que, enojados por la actitud de los amantes, los recriminaban, impíos, echándoles en cara su desobediencia.
Las descargas eléctricas con estrépito infernal no cesaban, las aguas se hacían más abundantes y .poderosas a medida que la pareja se adentraba en ellas.
-¡Aférrate, Munay!
-No te suelto, pero el piso me falta.
-No importa, ¡préndete de mí con las manos!
Y siguieron vadeando. De súbito el agua los sacudió. Les llegaba cerca al cuello.
-¡Animo, Munay!
Alentóla Huarma disponiéndose a nadar. Mas cuando menos lo esperaba, y en el preciso instante en que un trueno formidable seguido de blanquísimo relámpago reventaba en toda la extensión de las comarcas, la potencia de un traidor remolino, artero y sorpresivo, arrolló a los fugitivos.
-¡Huarma! -gritóle ella.
-¡Munay! -contestóle él con la angustia anudad a la garganta.
Empero de nada les sirvió. Fueron separados con violencia titánica y arrastrados cual juguetes de icho, (junco) como cándidas criaturas que habían osado desafiar el ímpetu ciego de las aguas y ante todo, infringir la ley de los Apus que tenían prohibido aquel amor.
Tiempo después, desencadenada cruenta guerra, tuvo que intervenir el Inca en persona, para que la paz volviera a reinar entre los alfareros de Cochapata y los tejedores de Hayahuayra.
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Pues bien, comenté antes que en mi libro hablo de la ilustre y docta investigadora de la lingüística, profesora Ana Botbol de Alfón, quien nos refiere que Monay tiene un hondo sentido que bien justifica el nombre que el lejano indígena prehispánico le colocó, y cuya significación en la antiquísima lengua hebrea no es otra que "de arrollador caudal", "de fuerza bella", "de doble fuerza" y "de fuerza con mucho ímpetu". Es que en la diáspora por el cielo infinito de los Dioses de los Cuicas, el espíritu de la princesa india vino a sembrarse aquí y, por ello la llamamos a toda hora. La llamamos como nuestra tierra. La llamamos Monay.

¿Es acaso otra la figura que en el paisaje, con el amor por bandera, tiene este nombre de la princesa incaica que se fue entre el remolino a buscar el perdón del Dios Sol en la inmensidad del territorio de la Diosa de las aguas? (1)

¿No creen ustedes, amigos y paisanos monayeros, que algún día, no ya este cronista golpeado por los años y por las ingratitudes del paisanaje de otra área de estos mismos Andes, deba alguien emprender la faena para que la comunidad levante un pedestal para una escultura imperecedera, como la del artista Eloy G. Palacios en El Paraíso, de Caracas? Es mi mayor deseo que cualquier 18 de noviembre -por ser día de Nuestra Señora de Chiquinquirá y de la fundación de este pueblo en 1738- de algún año del siglo que comienza, al igual que el tercer milenio, el 1º de enero del 2001, se inaugure aquí una Universidad Experimental en el mismo instante en que también develen los dirigentes comunitarios de entonces, el bronce heroico de Munay la princesa del amor, de la resolución y del sacrificio.
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Caracas, noviembre de 1999
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Rafael Ramón Castellanos
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(1) FRISANCHO (PINEDA), Samuel.- Antología del cuento puneño. Puno, Perú, Editorial Los Andes, 1978. (Munay y Huarma, por Alfredo Macedo Arguedas) p. 238-243
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