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abril 23, 2009

PALABRAS PARA CHENA EN UN LIBRO LUZ-AMOR

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Prosa fluida, suavecita, aromática, contagiosa, en estilo libre y llena de luz, franqueza, sinceridad y exactitud, esta de Lizabeth Pachano Rivera, profesional brillante, mujer incomparable, relacionista para la multiplicación del cariño hacia obras, instituciones y personas, catequista del amor que la coloca en el cenit de hacedora de amistades por doquier, pero más que todo esto en conjunto: hija de Bao y Chena que es como su cimera gloria, la gloria de estar entroncada a la dignidad, al decoro, a la lucha infatigable, al bien común, a la cristiandad, al respeto y aun entregarse total, indeclinablemente para todos y por todas las cosas como réplica de Chena, la madre, pero sin tanta jerarquía y dominio de los métodos de sus realizaciones; o de Bao el Padre, que aunque es otra diferente individualidad, magnifica también, pero dentro de su paciencia, de su carácter y de sus instancias de trabajador y trotamundos.
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Sin saber por qué escribo esta página. Los originales de tan bello libro me llegan tal vez al azar. El admirable y siempre querido y actual Rector de nuestra inmaculada Universidad de los Andes, el doctor Felipe Pachano, los ha dejado en manos de quien a la vez los entrega a mi hermano Jonás, personaje semejante a Chena y Bao, quién tuviera la amenísima prosa de Lizabeth para escribir páginas parecidas, aunque apenas en un ápice de toda la larga faena de Chena por el mundo de la dación sublime.
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Y mi hermano Jonás me lo hace llegar a este escondite del Pasaje Zingg, donde entre libros que vendo, que compro, que intercambio, que regalo y que dono, muy poquísimos, tienen tanto sabor a perennidad, a cariño, a fe, a sinceridad y a dulzuras infinitas que no sé explicar, como este de Lizabeth Pachano Rivera, inédito hasta el instante en que pergaño estas páginas, esculpido y labrado con cincel de espumas y de nubes, en arcoiris de miel, mientras rondan los jolgorios de pájaros cantores que amanecen por Chena serenateándola al alba, pues el alba es ella, con aureolas de armiño tendidas a la diestra y a la izquierda de su cabellera cana. Como éste, repito, este libro primoroso y sutil, vaporoso y profundo, con sabor a agua de aljibe, a remota antigüedad y, a la vez, con sabor a mensaje futurista porque Chena es ejemplo, es raíz, es fronda y es fruto de todo bien para toda instancia que reconforte alma, espíritu t corazón amigos. Como éste libro, y reitero la repetición, de Lizabeth Pachano Rivera, la niñita traviesa, tal vez coqueta, siempre inteligente, a la que contemplaba impresionado y sin darme cuenta que el futuro de ella sería inmensamente formidable; a la que contemplaba, a veces de reojo para no descuidar los detalles del juego de cartas donde participaban Bao, Chena, Rita, Ramón Alberto y mi compadre Albes, parte del clan Pachano Rivera. Eran los días tormentosos de aquellos primeros años de la década de los sesenta en donde la guerrilla estaba por allí entre El Charal y La Boca del Monte, de Portuguesa a Boconó, con pálpitos infinitos de angustia y yo regresaba de alguna funcioncilla diplomática en el envidiable y añorado solar guaraní, el del doctor Rodríguez de Francia, El Supremo, o de Madame Linch, la dama inglesa que le robó a la gloria el amor del Mariscal Francisco Solano López y vivió para él y para sembrar la lealtad y el invariable celo con que miró siempre a su guerrero imponderable, a la tierra del ñandutí, del lago de Ipacaraí, de la Virgencita de Caacupé y de la mas tierna de las lenguas indígenas: el guaraní.
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Y la niña creció pero tergiversando su verdadera y recóndita majestad de humano destino, aunque debemos congratularnos de los óptimos frutos que ha dejado en la docencia y en la pedagogía con avanzadísimos textos primordiales; pus su tarea estaría aún más despierta y palpitante en la tónica sutil, nebulosa, de seda los verbos y de almíbar la adjetivación, que va encontrando para hilvanar una prosa que nada tiene que envidiarle al numen de estrellas del buen decir divino de Teresa de la Parra, Juana de Ibarborou, Gabriela Mistral y ella misma, Lizabeth Pachano Rivera, quien buscando el homenaje más sencillo a la madre Chena y por simbiosis al padre Bao, ha querido hacer la biografía de la Reina del hogar distinguido y le ha salido también, entre la nítida filigrana de la más preciada sencilles, un poco de tino autobiográfico, sin descuidar el paisaje, sin mermar el regionalismo, solvente de pequeñeces, y sin expresar ni un sólo vocablo que pueda no ser verdad tangible en la existencia de la madre Chena.
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Mi corazón que ha desbordado de amor que estaban escondidos entre recónditos y bien guardados testimonios de fidelidad al afecto; mi espíritu que navegante de ensueños ha recorrido cien mil universos de realidad o de idealismo; mi fe que es tierra abonada con el abono ancestral de lo que amo a mi pueblo natal y a todo el Ande majestuoso; ellos en conjunto, dentro de mi sujeto no han podido producir en mi inspiración un concepto capaz de brindar toda la definición de cuanto este libro de Lizabeth Pachano Rivera significa, pues la vestal de hace muchos años, la soberana del hogar feliz, con Bao de timonel silencioso, no cabe en estas páginas escritas por la hija, aunque esta domina un inmarcesible infinito como para poder escribir que si dice Chena dice Madre y si dice Madre se dice Chena: madre inconmensurable, abuela, bisabuela, Sacerdotiza-Piache de la comunidad de ese centro de acuerdos que es nuestra Urbanización Mirabel en donde ella, Chena, alumbra, da valor en las horas de angustia, sabe diseñar sobre la bondad las reacciones más encontradas del acontecer social, político y religioso, y hasta hace sus pócimas para la brujería del encanto con que bendice a grandes y a chicos; pero por encima de todo Madre múltiple para una humanidad de hijos infinitos que irá encontrando en cada lector de esta finísima oración impoluta escrita por una mujer de Venezuela que pone su nombre en la literatura de la América toda, gracias a Chena y su Grandeza en todos los órdenes de la vida.
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Rafael Ramón Castellanos
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Caracas, julio de 1997
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TRUJILLO EN 1945. AÑORANZAS PERIODISTICAS.

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Doña María Teresa de Morales me presentó en el Centro Cultural "Gustavo Meyrink" con motivo de una intervención que hice sobre el General José Antonio Páez. ella me ayudó a recordar unos cuantos pasajes relativos a mi vida de periodista e intelectual. Anoté algunos episodios que definieron la génesis de mi tarea por los caminos de la cultura venezolana. Helos aquí:
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Muy importante para mí fué presentar los exámenes de cuarto grado en 1943, a los once años, junto a otro alumno de 43 años, Efigenio Castellanos, mi padre. Y dos años después entrambos también salimos de sexto grado, pero él era, como es, un campesino ilustre, del cual aprendí tantas cosas que aún ahora cuando ya he incursionado en difíciles disciplinas estéticas, sigo siendo su alumno en la escuela de la vida. Ya para esos días él era una especie de "médico chamarrero" en el pueblo. Cuántas vida salvó. Y su superación no se detuvo allí. Ahora cuando hace pocos meses se jubiló como juez admiro su sabiduría jurídica y su lección de amor por los libros, a pesar de la lejanía en que vive.
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Con él, y porque juntos lo leímos en una revista, con la cooperación del gran educador Simón Barrios Parra, empezamos un día a hacer un "mimeógrafo" con cierto material gelatinoso surgido de una fórmula química. Nos resultó y reprodujimos una hoja manuscrita. Entonces con dos compañeros - de grado superior al mío en la escuela, Juan Ramón Briceño y Víctor Manuel Pacheco, fundé un periódico denominado Luz, cuyo primer número apareció el día de San Rafael de 1944. El gran hacedor de ese primer contacto con un mundo grande y notable que empezaba para mí fué Efigenio Castellanos. Sacamos tres números. Apenas veinte ejemplares cada edición. Eran más que suficientes en el pueblo pues se lo pasaban de mano en mano aquellos que lo leían y los que no lo leían también.
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Al salir de sexto el 15 de julio de 1945, bajo la dirección de un insigne educador como Edilberto Sánchez y entusiasmado por el telegrafista del pueblo, Eduardo Valera Ochoteco, me fí a Trujillo a hacer bachillerato. Empecé los estudios en septiembre siendo Director del Colegio Federal el doctor Marcos Aguirrolea y Arana, español lleno de virtudes. Entre mis profesores destacaban los doctores Víctor Bocaranda y Salvador Tálamo. Dirigí entonces un periódico denominado Santana, auspiciado por el Presidente del Estado, doctor Numa Quevedo y por el Secretario General de Gobierno, doctor Francisco Gabaldón, con el estímulo del director de Política doctor Víctor Tálamo. La fecha en que salió el segundo número fué de conmoción en la ciudad - y en el país. Había sido derrocado el General Isaías Medina Angarita. Ese día me iban a presentar por la Radio Trujillo como un ejemplo de "talento y de instrucción". Más no se quedó en ciernes el acto por mi parte, porque como yo había escrito un discurso a tal efecto fuí de todas maneras a la emisora en la noche de ese 18 de octubre. El locutor me anunció: "Aquí llega otro joven que está con la causa democrática y con la junta revolucionaria". Y yo leí palabras sobre mí periódico Santana. Cuando llegué a la casa de doña Josefa de Flores y la niña Lucía Flores donde papá me había alojado bajo ferrea y amena tutela de esas insignes damas, aquella me increpó duramente: "Con qué permiso fué usted a hablar por la radio?... sirvenguenza... apoyando a esos vagabundos sabiendo que mi compadre Efigenio es Pedevista... mañana mismo le escribo a él para que sepa como se esta portando usted".
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Debo haberme dormido muy tarde. Mi felicidad era inmensa. Haber hablado por radio era un sueño. Pero lo que a esa hora no pensaba era que en mi casa lejana, allá en el pueblo sin carretera, mi padre estaba lamentando el suceso político porque él adoraba coma ha adorado siempre la figura del general Isaías Medina Angarita. Tampoco pensaba yo que el auspiciador de mi periódico, así como sus colaboradores, estaban reunidos en una casa vecina a la que yo habitaba buscando un camino para resistir en la región contra los "golpistas". Sin embargo en la noche del 19 de octubre eran prisioneros de los prisioneros que ellos tenían el día anterior.
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El nuevo magistrado ya no fué Presidente sino Gobernador del Estado el doctor Antonio Martín Araujo, quien me llamó a su residencia por insinuación del nuevo Director de Política, doctor Luis La Corte, y me dijo: "joven: su periódico tiene que seguir saliendo". Y así fué. Pero yo le cambié el nombre acercándome mucho a mí padre humilde y recio. Surgió de nuevo Luz, distinto, con ideas, con diagramado. Tenía que ser así ya que Numa Rosario, dueño de la imprenta donde se editaba, no sólo hacía correcciones en los textos sino que escribía notas que la gente decía que eran mías y que yo también - perdón al pecador - dije alguna vez que yo las había escrito. Y además, los doctores Luis La Corte y José María Frías escribían los editoriales, así como Ortelio Urrecheaga pergañaba algunas crónicas.
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El primer número de Luz apareció dirigido por mí y por Daniel Ramón Olmos, un viril y joven dirigente político, enemigo consagrado del Director del Colegio Federal a quien hasta mortificaba por la Emisora local. Más no en el periódico porque yo no incluí un artículo de él donde zahería al doctor Aguirrolea y Arana y aun compañero de colegio llamado Pedro Pablo Aguilar, quien defendía con alto verbo a su profesor y amigo.
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Un día llegó a Trujillo la Junta Revolucionaria de gobierno. Recuerdo que en la Plaza Bolívar ante un público numeroso habló Rómulo Betancourt. No olvidaré como agitaba sus manos y como estaba yo tan cerca de él al lado de Miguel Rodríguez Rivas, quien era el Secretario General de gobierno. En la mañana había salido el número cinco de mi periódico Luz, bellamente impreso. Peoro mi incalculable sorpresa, sin precedentes en mi vida, sucedió al anochecer. Tocaron a la puerta de la casa de la niña Lucía Flores. Alguien preguntaba por mí. Me llamaron. "Mi nombre es Valmore Rodríguez - me dijo - y como usted , soy periodista. Vengo a visitarlo porque es mi deber". Me habló de muchas cosas. Cómo deseo ahora recordar cuanto expresó. Hizo referencia a sacrificios, angustias, padecimientos. Luego me agarró del brazo y caminé con él hasta la casa vecina donde el doctor Antonio Martín Araujo daba una "fiesta" a los ilustres visitantes. Me presentó al Presidente Betancourt, y a todos los miembros de la comitiva oficial, con todo el protocolo posible: "Este es Rafael Ramón Castellanos, Director del Semanario Luz de esta ciudad. Es el colega más joven con quien he hecho amistad"
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Me acompañó de nuevo a casa. Valmore Rodríguez, muy a la chita callado, metió en el bolsillo de mi camisa alguna cosa, y me dijo "para que compres zapatos nuevos, un pantalón y una camisa". Nunca más he podido olvidar el tamaño de aquellos dos billetes de cien bolívares. Pero lo que lamento ahora - ahora que por causa de María Teresa de Morales, revivo estos recuerdos - es haber perdido , no sé si las destruí, si en alguna parte las dejé, si alguien más las conserva, las tres cartas que recibí en los meses subsiguientes, de puño y letra de él. Cartas "a mi joven compañero de Luz", en donde los consejos eran abundantes y conspícuos. También me envió algunos libros, discursos del presidente Betancourt y fotografía de la "gira por Trujillo". Cuanto me duele ahora no tener en mi archivo nada de todo aquello, como tampoco he podido conseguir dos esquelas de ese mismo año de 1945, dos esquelas trascendentales: de Isaías Medina Angarita y Rómulo Betancourt relativas a mis primeras inquietudes periodisticas.
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Rafael Ramón Castellanos
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Caracas, diciembre de 1975
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