febrero 06, 2010

A ELECCIONES O A GUERRA CIVIL

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Cuanta tristeza me dan los que embrutecen, los que no son capaces de pronunciar palabra justa y siempre oran con palabra vil. Ten piedad de ellos, Señor decía mi abuela cuando el blasfemo, borracho y de por si, casi inconciente, maldecía. Los últimos acontecimientos en cuanto a política económica y el incumplimiento de seis canales de televisión por cable de normas de nuestra legislación en materia de la Ley de Responsabilidad en Radio y Televisión, han despertado aun más el sentido de la blasfemia, la injuria y la enajenación mental en unos cuantos esbirros de la palabra y de la escritura. Todo esto me llama a la reflexión y a una pregunta: ¿están tratando los señores disociados de la oposición de invitar a sus cada vez menos seguidores para una contienda electoral o, son pregoneros de agitación que nos coloque al borde de la guerra civil y nos meta en ella?
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Con esta preocupación busco entre mis papeles un artículo del periodista español Carlos Fazio, aparecido en La Jornada, de Madrid el 27 de junio del 2002, a escasos dos meses del golpe de estado del 11 de abril y de la brevedad dictatorial de Pedro Carmona Estanga y seis meses antes de la Huelga General y del paro petrolero de diciembre a febrero del 2003. Veamos “Cada día que transcurre pulula una suerte de rumorología golpista que se encadena con sucesos anteriores –por ejemplo, la conspiración está hoy centrada en Carabobo-, mientras todos los actores hablan de democracia y debaten sobre las bondades y limitaciones del estado de derecho. Hay algo, sí, perceptible a simple vista: existen dos países. Uno real y otro virtual. La Venezuela real transcurre día a día con los problemas propios de un país monoproductor de la periferia, empobrecido por años de políticas neoliberales aplicadas por una vieja clase política corrupta y clientelista, al servicio de una oligarquía financiera Pro estadounidense que acumuló capital y poder del amparo de un Estado rentista petrolero.
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Un país con millones de excluidos que pelean por la comida y tratan de sobrevivir. Un país de olvidados, donde un líder carismático antisistema, Hugo Chávez, puso a los pobres como tema prioritario de la agenda política y logró interesarlos en los asuntos públicos. Un pueblo pobre que recuperó la autoestima y que hoy, esperanzado, sigue con devoción al hombre que les prometió cambios radicales. Una muchedumbre de excluidos que se politiza rápidamente y participa y se organiza para defender una difusa utopía bolivariana, ante un eventual nuevo golpe de mano de los que siempre han tenido la sartén por el mango.
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El otro país, el virtual, es el que ofrecen los medios masivos de comunicación. Unos medios que se declaran democráticos, pero que cada día hacen la apología del golpismo y tratan de articular la oposición al gobierno. Una prensa que, apartándose de la ética periodística, fue protagonista activa del golpe del 11 de abril, agitando la simbología de la opresión y legitimando la caída de un gobierno democráticamente electo.
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El país que construyen cada día las cadenas televisivas, radiales y los grandes diarios - la famosa “prensa perseguida”, protagonista del primer golpe de Estado mediático del siglo XXI- es ingobernable, está sumido en el caos y sugiere una nueva insurrección militar a la vuelta de la esquina. Se trata de una prensa cacerolera y racista, que participa de manera directa en el laboratorio de la guerra sucia sicológica. Que en su misión de crear un clima de terror desestabilizador destila a diario adrenalina y manipula, desinforma, confunde, miente, envenena. Una prensa oligárquica, monopólica. Que ocupó el vacío dejado por los partidos políticos y se siente “primer poder”. Como Venevisión, del multimillonario Gustavo Cisneros, propietario de Direc tv, Telcel, Pepsi-cola y Banco Latino (nacionalizado por Chávez), con intereses en España (Galerías Preciados) y América Latina, y al que Newsweek identificó como el verdadero instigador del golpe del 11 de abril. O los diarios de las familias Mata y Otero –El Universal y El Nacional- elitistas, adalides de la “prensa libre”, reproductores de la vieja pugna interoligárquica conservadores versus liberales, que hoy, con sus dedos atrapados en la puerta del terrorismo mediático, ven caer sus ventas.
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Ellos son la sociedad civil. Los ciudadanos. Los otros son delincuentes, perturbadores irracionales. Los ciudadanos son pacíficos y humanos. Y por supuesto tiene derechos. La chusma no. Es bruta, agresiva, violenta. Infrahumana. Los de la sociedad civil, los ciudadanos, los que tienen derechos humanos, son por lo general blancos, o mestizos y negros socialmente correctos. La masa “inculta”, “arrastrada”, que sigue al autócrata sin chistar, son negros y mulatos facinerosos, desclasados. Potenciales terroristas.
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La sociedad civil, humana, ciudadana, vive en familia, en urbanizaciones amuralladas en las colinas del este de Caracas. Los vándalos, los seguidores del Mono, del Loco Chávez, el “dictador”, viven en guetos miserables, arracimados en los cerros del oeste de la capital. Huelga decir que los que habitan las colinas conforman una pequeña minoría ante la muchedumbre de los cerros. Simplezas aparte, la sociedad civil de las urbanizaciones, los ciudadanos por antonomasia, siempre encarnan a “la democracia”. Sus manifestaciones, está de más decirlo, son “hermosas jornadas cívicas”. En cambio, los delincuentes violentos de los barrios marginales de los cerros representan la barbarie. Sus marchas siempre son “pagadas” y terminaran irremediablemente en actos vandálicos”.
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Caracas, 29 de enero de 2010
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Rafael Ramón Castellanos
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